¡Identificados con la causa de Dios siempre!
Este capítulo -el más corto de este libro-, tiene una
significación muy especial para aquellos que amamos a Dios y esperamos en sus
promesas; estas palabras dichas por el profeta e inspiradas por el Espíritu
Santo, nos ayudan a meditar en algo muy importante y que quizás en ocasiones
aunque sí lo pensamos, tal vez no lo meditamos con tanta pasión y seguridad
hacia Dios.
Israel era un pueblo desleal, inconstante y que vez
tras vez, era perdonado por el Señor; si somos honestos y lo vemos con
claridad, nosotros también hemos sido así, le hemos fallado a Dios, no
necesariamente -quizás- con cosas tan impresionantes como ser idólatras, pero
sí le hemos sido desleales en otras formas, en ocasiones no le hemos
confesado delante de alguna persona, hemos pasado inadvertidos al punto que la
gente no ha podido identificarnos como cristianos, en otros momentos tal vez,
hemos participado en conversaciones desagradables o hasta hemos murmurado o
criticado de alguien; hay formas aparentemente sutiles, pero que debemos tener
cuidado, porque podemos provocar la indignación del Señor, mejor es ser muy
cuidadosos y siempre pensar antes de hablar, recordando a quién es que llevamos
en nuestro ser interior.
Dios es nuestra salvación, por tanto hemos de
asegurarnos en tener un comportamiento acorde con su personalidad que fluye en
nuestro ser, porque bien lo expresa el profeta: me aseguraré y no temeré.
Recordemos siempre de dónde nos sacó y entonces estaremos siempre deseando
agradar a nuestro Amado, con ese gozo, al igual que cantaba Moisés, cuando
sacó a su pueblo de Egipto (Éxodo 15:2), Moisés siempre se identificó con
la causa del Señor. No nos atemoricemos porque quizás nos menosprecien por ser
cristianos, tampoco nos preocupemos por el qué dirán, porque a cambio tenemos
unas promesas maravillosas de Dios para nosotros, aclamemos el nombre del
Señor, celebremos sus obras, porque grande es en medio de nosotros el Santo de
Israel. (Vr.5-6).
No hay comentarios:
Publicar un comentario